
De la Segunda, ¿qué voy a decirles? Se la ha idealizado como «la gran oportunidad para democratizar España». Lo fue. Pero se quedó en eso, en oportunidad no aprovechada, ya que tuvo quema de conventos, cierres de periódicos, asesinatos políticos, revueltas campesinas, alzamientos, ¡del PSOE y de los nacionalistas!, contra el gobierno de la República, y guerra civil como colofón. Nada de que enorgullecerse.
Ya en la actual democracia, el gobierno de Felipe González tuvo sin duda cosas buenas -la mejor, haberse alejado del izquierdismo puro o marxismo-, pero sus escándalos, que llevaron a la cárcel a alguno de sus dirigentes, demostraron que la izquierda puede ser tan corrupta como la derecha.
Eso a nivel nacional. En el internacional, la izquierda en el poder ha traído gulags, purgas, fosas comunes, millones de muertos y, desde luego, falta absoluta de libertad. Sin desarrollo económico, pues la izquierda, en el mejor de los casos, reparte riqueza, pero nunca la crea, excepto para sus dirigentes.
¿Por qué saco a relucir todo esto? Pues porque Zapatero tiende la mano al PP después de intentar echarle de la escena política. Pero ahora lo necesita para afrontar los grandes problemas que tiene el país, algunos creados por él. Sin duda el PP debe prestarse a ello, pues llega la hora de arrimar todos el hombro. Pero sin complejo alguno. Aquí, si alguien tiene que rectificar es Zapatero. Tras lo ocurrido en su primera legislatura, la cosa está clara: no más negociaciones con ETA. No más olvidarse de la justicia y de la intendencia. No más experimentos con la nación española. «Los experimentos, con gaseosa», decía D'Ors al joven que había derramado el champán al abrir la botella. No con terroristas ni con quienes no se sienten españoles. Se puede y se debe ayudar a Zapatero a salir de sus errores. No se puede ni se debe ayudarle a perpetuarse en ellos. Por muchas cabezas que ofrezca. Pues este señor es de los que gusta escarmentar en cabeza ajena.