Nos adentramos ya en la recta final para la cita con las urnas del 9 de marzo. Es evidente que unas elecciones generales son siempre importantes porque deciden quién pilotará el proyecto común de España en los próximos cuatro años. Pero tengo la impresión que en esta ocasión nos jugamos algo más. Lo que está en cuestión en esa fecha es la propia pervivencia de nuestro modelo constitucional, la victoria de la libertad sobre el terror y la prosperidad de nuestras familias.
Rodríguez Zapatero ha pretendido, a través de su pacto con el nacionalismo radical y su revisionismo histórico, dinamitar los pilares básicos sobre los que se sustentó nuestra transición democrática: la unidad, la solidaridad y la concordia entre todos los españoles. La Ley de Memoria Histórica impulsada por el Gobierno supuso finiquitar el pacto de concordia por el que todos los españoles habíamos decidido mirar juntos al futuro para evitar volver a un pasado de enfrentamientos y revanchas. La reforma del Estatuto catalán impulsada por Zapatero produjo, a su vez, una reforma encubierta de nuestra Constitución, transformando el Estado de las Autonomías que acordamos en 1978 en un Estado confederal que sólo puede conducir en última instancia a la disolución de la Nación.
Frente a esta propuesta socialista de revisar los consensos básicos sobre los que se sustenta nuestra democracia, nuestra Nación y nuestro Estado, se sitúa la oferta de Rajoy para recuperar el espíritu de la Transición, para reafirmar los principios de libertad, de concordia y de solidaridad entre todos los españoles que han permitido disfrutar de tres décadas de paz y prosperidad inéditas en nuestra historia. Un consenso forjado en torno a la idea de una gran Nación de ciudadanos libres e iguales que quiere jugar un papel cada vez más relevante en el mundo. Una voluntad de mirar al futuro superando definitivamente aquellas páginas más negras de nuestra historia.
La segunda cuestión crucial que nos jugamos el próximo mes de marzo es el triunfo definitivo de la libertad sobre el terror. A lo largo de la legislatura que ahora acaba, Zapatero ha negociado con los terroristas, ha aceptado a sus cómplices como interlocutores políticos necesarios, ha rehabilitado moralmente a los asesinos considerándolos hombres de paz, ha permitido a estos criminales volver a las instituciones democráticas y ha cedido a sus chantajes como en el caso de De Juana Chaos. Pero lo peor es que una vez fracasado su proceso, Zapatero no sólo no se arrepiente de nada de ello, sino que se niega en redondo a ilegalizar las marcas blancas de los terroristas, a expulsarlos de las instituciones democráticas y a cercenar de forma definitiva la vía de la negociación. Frente a ello, Mariano Rajoy propone a los españoles la derrota sin paliativos del terrorismo, la utilización de todos los instrumentos del Estado de Derecho para alcanzar ese fin y el total aislamiento político y social de los asesinos. Una vía que ya ensayó el Partido Popular en sus años de Gobierno y que conduce inexorablemente a la derrota definitiva del terrorismo.
Nos jugamos por último nuestra prosperidad y nuestro bienestar. La incapacidad demostrada por Zapatero para impulsar las reformas económicas necesarias y su tendencia a utilizar el dinero público en función de sus intereses partidistas ha llevado a nuestra economía a una incipiente crisis que está castigando con especial virulencia las endeudadas economías familiares. Es difícil que pueda sacarnos de esa crisis quien ni siquiera reconoce su existencia. Los electores tendrán que elegir, por tanto, entre las políticas de reducción de impuestos y de aumento de la competitividad que propone Rajoy o la política de no hacer nada que defiende Zapatero. Los españoles deberemos optar entre el éxito económico que supuso la gestión de los gobiernos del PP o la crisis a la que nos tiene avocados el actual gobierno socialista.
Es importante entender que es lo que está en juego en las elecciones del próximo mes de marzo. No se trata sólo de elegir entre dos equipos quién es más eficaz para gestionar el país. Estamos ante dos modelos alternativos de sociedad, de Estado y de economía. El 9-M España debe decidir si quiere continuar por la senda de libertad y progreso que inauguramos hace ahora treinta años con nuestra transición democrática o quiere seguir apostando al cambio sin rumbo que propugna Zapatero. Los españoles deberemos elegir entre mirar al futuro o volver al pasado, entre la victoria o la claudicación ante el terror, entre la prosperidad o el paro. Aunque me entristezca, tengo pocas dudas de que es lo que al final elegirán los españoles.
Rodríguez Zapatero ha pretendido, a través de su pacto con el nacionalismo radical y su revisionismo histórico, dinamitar los pilares básicos sobre los que se sustentó nuestra transición democrática: la unidad, la solidaridad y la concordia entre todos los españoles. La Ley de Memoria Histórica impulsada por el Gobierno supuso finiquitar el pacto de concordia por el que todos los españoles habíamos decidido mirar juntos al futuro para evitar volver a un pasado de enfrentamientos y revanchas. La reforma del Estatuto catalán impulsada por Zapatero produjo, a su vez, una reforma encubierta de nuestra Constitución, transformando el Estado de las Autonomías que acordamos en 1978 en un Estado confederal que sólo puede conducir en última instancia a la disolución de la Nación.
Frente a esta propuesta socialista de revisar los consensos básicos sobre los que se sustenta nuestra democracia, nuestra Nación y nuestro Estado, se sitúa la oferta de Rajoy para recuperar el espíritu de la Transición, para reafirmar los principios de libertad, de concordia y de solidaridad entre todos los españoles que han permitido disfrutar de tres décadas de paz y prosperidad inéditas en nuestra historia. Un consenso forjado en torno a la idea de una gran Nación de ciudadanos libres e iguales que quiere jugar un papel cada vez más relevante en el mundo. Una voluntad de mirar al futuro superando definitivamente aquellas páginas más negras de nuestra historia.
La segunda cuestión crucial que nos jugamos el próximo mes de marzo es el triunfo definitivo de la libertad sobre el terror. A lo largo de la legislatura que ahora acaba, Zapatero ha negociado con los terroristas, ha aceptado a sus cómplices como interlocutores políticos necesarios, ha rehabilitado moralmente a los asesinos considerándolos hombres de paz, ha permitido a estos criminales volver a las instituciones democráticas y ha cedido a sus chantajes como en el caso de De Juana Chaos. Pero lo peor es que una vez fracasado su proceso, Zapatero no sólo no se arrepiente de nada de ello, sino que se niega en redondo a ilegalizar las marcas blancas de los terroristas, a expulsarlos de las instituciones democráticas y a cercenar de forma definitiva la vía de la negociación. Frente a ello, Mariano Rajoy propone a los españoles la derrota sin paliativos del terrorismo, la utilización de todos los instrumentos del Estado de Derecho para alcanzar ese fin y el total aislamiento político y social de los asesinos. Una vía que ya ensayó el Partido Popular en sus años de Gobierno y que conduce inexorablemente a la derrota definitiva del terrorismo.
Nos jugamos por último nuestra prosperidad y nuestro bienestar. La incapacidad demostrada por Zapatero para impulsar las reformas económicas necesarias y su tendencia a utilizar el dinero público en función de sus intereses partidistas ha llevado a nuestra economía a una incipiente crisis que está castigando con especial virulencia las endeudadas economías familiares. Es difícil que pueda sacarnos de esa crisis quien ni siquiera reconoce su existencia. Los electores tendrán que elegir, por tanto, entre las políticas de reducción de impuestos y de aumento de la competitividad que propone Rajoy o la política de no hacer nada que defiende Zapatero. Los españoles deberemos optar entre el éxito económico que supuso la gestión de los gobiernos del PP o la crisis a la que nos tiene avocados el actual gobierno socialista.
Es importante entender que es lo que está en juego en las elecciones del próximo mes de marzo. No se trata sólo de elegir entre dos equipos quién es más eficaz para gestionar el país. Estamos ante dos modelos alternativos de sociedad, de Estado y de economía. El 9-M España debe decidir si quiere continuar por la senda de libertad y progreso que inauguramos hace ahora treinta años con nuestra transición democrática o quiere seguir apostando al cambio sin rumbo que propugna Zapatero. Los españoles deberemos elegir entre mirar al futuro o volver al pasado, entre la victoria o la claudicación ante el terror, entre la prosperidad o el paro. Aunque me entristezca, tengo pocas dudas de que es lo que al final elegirán los españoles.